Por Ignacio Uman – Viviana Siless es Licenciada en Ciencias de la Computación (Exactas UBA) y Doctora en Ciencias de la Computación (INRIA). Cuenta con un posdoctorado en el Hospital Martinos Center for Biomedical Imaging (Harvard Medical School) y es Profesora e Investigadora de la Universidad Torcuato Di Tella. En lo que hace a la actividad privada, actualmente es cofundadora y CTO de Quipu Bank, una plataforma dedicada a potenciar mercados comunitarios que permiten a las microempresas obtener créditos mientras se construye su capacidad económica.
Al mismo tiempo, se destaca su actividad para promover la igualdad de género en la computación, ya que ha liderado el grupo Women in Science de Harvard Medical School, participa como co-chair del grupo Women in Data, fue speaker en Women Who Code y recientemente ha sido speaker principal de la conferencia FemIT 2022.
En diálogo con el Boletín Conectados, Viviana nos cuenta sobre su diversa experiencia en la investigación y cómo esa vasta formación contribuyó a poder generar un emprendimiento que ayuda significativamente a crear valor en la economía informal de los barrios populares.
¿Qué te motivó a elegir la carrera de Computación?
Fui a la secundaria ORT, donde aprendí programación y había tenido algunos profesores que venían de Exactas. Me gustaba la matemática pero también me gustaba el arte. No es que estaba segurísima de elegir computación. Lo que realmente vi es que con la computación iba a poder trabajar en diversas áreas, que se podía aplicar a salud, economía o tal vez a música. También por el lado de la familia, tenía a mi hermano Alberto que había estudiado computación unos ocho años antes que yo y me afirmó que Exactas era la mejor casa de estudios. Tenía a mi primo que había ido a Exactas mucho antes, ya que es de otra generación. Y a mi otro hermano Gastón es investigador en química inorgánica. Claramente tenía una familia en Exactas.
¿Cómo recordás tu paso por Exactas?
Fue increíble. Las primeras materias fueron Álgebra y Análisis II, empezamos siendo como 150 personas y después quedamos pocos, que aprobamos los primeros parciales y que queríamos seguir esa carrera. Tuvimos que sentarnos a estudiar mucha matemática, haciendo un montón de ejercicios. Además pude armar un muy lindo grupo de amigos, algunos venían de ORT; tuve compañeros geniales y terminamos siendo un grupo muy unido, una camada muy colaborativa y eso a mí me ayudó mucho. Este grupo fue el que había armado una página Wiki Cuba donde se subían las resoluciones de los ejercicios y que después fue muy usada por estudiantes en general.
Te propongo que hablemos un poco sobre tu carrera científica…
Durante la Licenciatura tuve muy buena relación con docentes y mucha admiración por su carrera científica. Por eso tal vez cuando estaba terminando la carrera me interesó moverme hacia lo académico. En mi caso estaba a full en la industria pero me había parecido interesante la posibilidad de hacer un doctorado. En este contexto, arranqué mi tesis de licenciatura en Argentina pero también surgió la posibilidad de hacerla en Francia con las pasantías del INRIA. Me recibí en 2010 y esa fue un poco la conexión con el doctorado. No es que lo pensé tanto sino que lo vi como una oportunidad de tener una experiencia distinta y en otro país.
Lo que sucedió es que ni bien llegué a INRIA mi jefe me dijo que me anote al doctorado en la Universidad París XI. Que si no lo hacía en ese momento iba a tener que esperar la próxima convocatoria. Básicamente por las dudas me anoté al doctorado antes de haber decidido. Y al final me quedé haciéndolo, durante tres años y medio y me gustó mucho la experiencia porque fue un aprendizaje continuo.
Lo que me pasó es que en su momento, como desarrolladora en la industria, hacía cosas muy básicas (como páginas web o sistemas de escritorio), no era tan motivante y era bastante rutinario, ya que en esos años no había la diversidad de proyectos que hay hoy en la industria.
En Francia estaba rodeada de investigadores y eminencias, que tienen una base muy fuerte de matemática. Justo en el laboratorio donde estuve desarrollaron la API de Scikit-Learn, súper importante porque es un estándar en el área de Machine Learning.
Fue algo muy particular, porque en la industria me había sentido como muy avanzada y en la academia me pasó al revés: todos eran muy grosos y me generaba un “síndrome del impostor”, de plantearme qué hacía en ese lugar, si era para mí. Aunque sentía que no era tan buena en matemática, me gustó mucho tener un jefe que prácticamente sabía todo, por decirlo de alguna forma: tiene mucho bagaje de conocimiento, todos los papers y problemas y se sienta con vos a resolver una ecuación (claramente no fue lo que me pasó con mis jefes de la industria).
Algo que me afectó en el proceso del doctorado, fue que mi jefe principal dejó la investigación para fundar una startup de imágenes médicas (su madre falleció de cáncer de mama, entonces su empresa buscaba ayudar a mejorar los diagnósticos). Entonces el doctorado lo hice medio sola. Y cuando me fui a Estados Unidos no era la típica doctoranda apoyada en lo científico. Hice más registración que es geometría diferencial, mientras que la persona que tuve como tutora estaba más centrada en Machine Learning. Si bien tuve un pequeño proyecto de aprendizaje automático, en el otro proyecto que era el principal de mi doctorado no tuve tanta presencia y lo hice como pude, por eso no publiqué tantos resultados. Igualmente el doctorado me permitió llegar a Harvard.
¿Cómo fue que decidiste hacer un posdoctorado en Estados Unidos?
No era tan claro que iba a hacer un posdoc, pero apliqué a todos lados y conseguí ir al Hospital MGH que está con Harvard Medical School, donde estuve seis años. Es uno de los hospitales más importantes del mundo en resonancias e imágenes médicas. El tema siempre me gustó, sobre todo para contribuir al área de la salud, pero no era lo único que me gustaba.
La verdad que el posdoc fue un poco áspero. Creo que venía con poca experiencia en algunas formalizaciones, porque venía trabajando sola. Si bien el laboratorio estaba bueno y la gente era muy agradable, después en el último tiempo tuve problemas con mi jefa del posdoctorado, nos hacía trabajar un montón y no me trataba bien. Fueron años en que me sentía que no servía para nada y, a su vez, estaba publicando y haciendo cosas novedosas. Empecé a participar y liderar un grupo de quince mujeres en ciencia de Harvard, donde aprendí un montón, colaboré con gente de diferentes realidades y eso hizo crecer mi currículum.
Me da la sensación que toda esa efervescencia me llevó a cofundar una empresa. Empecé a ver qué otras cosas podía hacer, que había otras necesidades y oportunidades y ahí conocí a mis socios en Quipu Bank, quienes trabajaron para la economía informal de Latinoamérica. Tenía ganas de estar en contacto con personas de América Latina, con otro perfil de gente y poner un poco mis narices de nuevo en la industria. Y todo surgió porque fuimos ganando unos premios del MIT que nos permitieron arrancar con este proyecto. En los últimos dos años estaba con el posdoctorado y, un poco a escondidas, tenía este proyecto de Quipu al que le dedicaba una mañana a la semana en el MIT, trabajando con una incubadora de empresas.
¿Cuál es el propósito de Quipu Bank?
Los otros co-fundadores tienen mucha experiencia de trabajar con organizaciones sociales, en barrios populares y villas, para mejorar su situación. A mí me había parecido súper interesante, porque era un ámbito con el que no había tenido contacto. El proyecto es muy inclusivo porque nuestro objetivo central es ayudar a microemprendedores y microemprendedoras de los barrios populares, que no tienen acceso real a créditos y que no tienen un historial crediticio. En general, en el sistema bancario tradicional esas personas están en la lista negra para un crédito, ya sea porque no pagaron una cuota de un celular o porque hace unos cuantos años no devolvieron un préstamo. Además muchas veces terminan accediendo a un crédito a tasas de interés predatorias que pueden llegar al 200% de interés, lo que suele ser muy desventajoso.
Nosotros arrancamos con otra idea, tener un Token en Blockchain, para que estas personas obtengan liquidez para transaccionar. Con nuestro Token se podía generar una especie de trueque pero más eficiente (en el sentido de que por ejemplo se puede vender una pizza a 1.000 pesos pero aceptar 200 pesos en token y los 800 restantes que sean pesos billete para poder comprar mercadería). Entonces nuestra idea fue ayudarlos con esta plataforma pero no cambiarles la forma habitual de trabajo. Sin embargo, vimos que ese Token no se movía, que alguna gente no lo aceptaba, y nos dimos cuenta que realmente necesitaban dinero, para comprar insumos fuera de su barrio, no era solamente para transaccionar adentro sino que además lo necesitaban pagar otros gastos y servicios.
Así fuimos cambiando nuestra idea original y nos convertimos en un banco que da préstamos a la economía informal, un neo banco. Hoy estamos dando créditos, que son microcréditos y créditos rotativos. Pero la idea es que si uno paga su crédito, se va desbloqueando con créditos más altos. De a poco se construye un historial crediticio con nosotros.
Esto está pasando en Web 2, donde damos los créditos con nuestra app. Pero estamos desarrollando un protocolo de préstamos en Web 3 con Blockchain. Una de las variables más importantes de Quipu es que podemos conseguir información alternativa que nos brinda el usuario, validar la identidad y a través de muchísimos datos configurar un puntaje crediticio (alternativo) para ver si finalmente le damos el crédito o no.
¿Cómo está creciendo el proyecto?
Desde el día cero que arrancamos en el MIT, Mercedes Bidart consiguió el primer subsidio y a partir de eso pudimos obtener más fondos. Los primeros dos años no cobramos nada. Y nos dimos cuenta -en plena pandemia donde la economía se vino abajo- que Quipu iba en serio y tenía una oportunidad clara y real de ayudar. Todos los cofundadores estábamos viviendo en Estados Unidos y decidimos dejar nuestros trabajos y nos fuimos en 2021 a Colombia a trabajar full time en el proyecto. Unos meses después volví a Buenos Aires. Actualmente somos como 35 personas en el equipo y el grupo de tecnología es la mitad de Quipu.
Por último, tu participación en temas de género es muy activa, incluso participaste como speaker principal en la última conferencia FemIT, ¿de qué modo encarás esta actividad dentro de tus ocupaciones habituales y cómo ves la problemática de género tanto en tecnología como en la empresa?
A mí me pasó que en ORT seguí el área de informática y éramos cuatro mujeres. Después en Exactas éramos dos (Natalia Rodriguez y yo). Quizás había más pero de otras camadas. Y en el trabajo en la industria me pasó lo mismo. Como mucho también éramos dos, incluso en algún momento estaba sola.
En el ambiente laboral diría que fue fea esa minoría, porque había mucha discriminación. En su época cuando estaba trabajando en la industria pasaban situaciones muy incómodas, de que los hombres hacen cosas de hombres y me sentía excluida en ese ambiente. O de que jefes me inviten a tomar algo con otras intenciones. En la academia me ha pasado que la voz de la mujer se escucha menos. Me acuerdo que la primera conferencia de Blockchain a las que asistí que fue en el MIT y estaba en una mesa de almuerzo donde todos eran hombres; era la única mujer y la única persona de ahí que tenía un doctorado, un posdoctorado y estaba en Harvard. Ellos eran personas que fueron a ver qué onda la temática, y en la mesa quería hablar y no me dejaban hablar, era tremendo. Pero me pasaron cosas mucho más pesadas. Muchas veces hablando entre nosotras nos damos cuenta que sufrimos discriminación de género.
Todo esto que viví me dio un “hogar” en Quipu. Por ejemplo, mi socia y yo vivimos lo mismo: vamos a rondas de inversión a hablar con inversores, y arrancamos la reunión enumerándoles nuestros títulos y credenciales. Pero el hecho es que como sos mujer te repreguntan todo como si fueses más insegura o riesgosa para el tema de inversiones. Está demostrado que a las mujeres nos cuesta más conseguir capital, que el capital sigue yendo todo a hombres. Y no hay nada que evidencie que una mujer tiene menos aptitudes para administrar una empresa.
En Quipu siempre nuestra idea fue ayudar a la mujer emprendedora de la economía informal, la que cocina o tiene un restaurant en su casa, o hace zapatos o bijouterie a mano. Las mujeres de los barrios populares tienen muy poca alfabetización digital, y fue un desafío importantísimo trabajar en esto. Si bien no excluimos a los hombres, nuestro target es la mujer emprendedora y siempre aplicamos esa filosofía dentro de Quipu.
Tenemos firme el mensaje de romper la barrera de género por lo que el equipo de tecnología es la mitad de mujeres. Y muchas de nuestras estrellas en el área de tecnología son mujeres. Al momento de reclutar nos suele pasar que la mujer es menos engreída y aplica siempre a un puesto más bajo del que realmente puede mientras que el hombre se tira el lance. Esa confianza que el hombre muestra en la entrevista no necesariamente se traduce en saber la parte técnica.
La verdad que me encanta estar presente en temas de género mientras que sea para ayudar. Acá en la Universidad Di Tella cada vez hay más chicas, lo veo entre mis estudiantes y ya no sucede eso de que por ser mujer tenés que estar medio vestida de hombre. Las chicas que vienen a estudiar Computación son más espontáneas y libres. Pero igualmente uno se tiene que ganar más el lugar que en otras áreas. En Blockchain también hay muy pocas mujeres. Y en el área de Machine Learning está pasando que resulta un poco más agradable para la mujer. No es que va a cambiar mágicamente, hay que ser activo, tener una ética y una visión clara para romper sesgos y estereotipos muy instalados en tecnología.